por Antonio Robles, en Libertad Digital (4/2/2008)
Andan contrariados algunos de mis compañeros por el cambio de chaqueta en política lingüística del Partido Popular. Otros están encantados. En sólo un año y medio hemos conseguido poner en cuestión todo el sistema de inmersión lingüística de la Generalitat de Cataluña, hablar en castellano en el Parlamento, abrir los ojos y aumentar la autoestima de miles de ciudadanos; pero, sobre todo, hemos conseguido que parte de nuestras tesis en política lingüística sean asumidas por el Partido Popular, mientras algunos miembros destacados del Partido Socialista de Cataluña presionan para levantar el pie del acelerador nacional.
En realidad, Ciudadanos no nació para ser un partido al uso, ya saben, como una empresa que se quiere perpetuar en el tiempo, sino para ser un proyecto capaz de cambiar la realidad. Su sola presencia –pensamos muchos muchas veces, mucho antes de que ni siquiera soñáramos con que fuera posible su existencia– obligaría a PPC y PSC a cambiar sus discursos en política lingüística. Estábamos convencidos de que sólo en el silencio podrían seguir siendo conculcados los derechos de los castellanohablantes, pero en el momento que fuera posible evidenciar la exclusión cultural, la fuerza de la gente castellanohablante en las urnas obligaría necesariamente al Partido Popular o al PSC, o a los dos, a cambiar de política lingüística si no querían ver mermados seriamente los apoyos de la comunidad castellanohablante.
Pues bien, en solo 15 meses la actividad parlamentaria de tres diputados ha obligado al Partido Popular de Cataluña a llevar al Pleno la reforma de la ley de política lingüística de 1998 para garantizar la enseñanza en lengua materna y la igualdad lingüística. Los 89.946 votos en las autonómicas del 1 de noviembre fueron el primer aviso; el segundo, la persistente labor de Ciudadanos por llevar a las instituciones la normalidad lingüística de la calle. Ayer no se hablaba castellano en el parlamento, hoy no sólo lo hacen tres parlamentarios.
Esta actitud de C’s ha obligado al PPC a utilizar retales de la lengua de Cervantes en algunas de sus intervenciones. Antes había dimitido su presidente, Josep Piqué, en buena medida por la atmósfera creada por Ciudadanos. Fue sintomático que quien le sustituyera en el cargo, Daniel Sirera hiciera la mitad de su discurso en la lengua común de todos los españoles a propósito de su primera intervención parlamentaria como presidente del PPC. Hasta el diputado Joan Ferrán, del PSC, se despachó a gusto contra la costra nacionalista de Catalunya Radio y TV3.
De esta guisa, el efecto Ciudadanos estaba a punto de convertirse en una leyenda. La rubricó la diputada Irene Rigau en la Comisión de Educación, el 31 de enero de 2008, al acusar al Partido Socialista de haberse dejado erosionar por la mala conciencia que el grupo mixto había conseguido meter también en el Partido Popular. "No ganarán ninguna votación", dijo la diputada de CiU, pero están consiguiendo crear mala conciencia en los dos grandes partidos de raíz española.
De esa presencia ocultada de Ciudadanos, pero temida por los populares, surgió la propuesta del candidato a la presidencia de España, Mariano Rajoy. Acababan de caer en la cuenta de que España era el único país del mundo donde la lengua oficial del Estado se la excluía como lengua de aprendizaje en alguna de sus comunidades. Y, además, la polvareda levantada por el desparpajo de Ciudadanos por denunciarlo le hizo caer en la cuenta de que el tema podría darles muchos votos. Intuido, temido y hecho: lanzó la promesa de una ley de lenguas para garantizar que todos los españoles pudieran estudiar en castellano vivieran donde vivieran. Y en esa atmósfera lingüística de cambio de ciclo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, promete a su vez un colegio en la capital de España donde puedan estudiar en catalán quienes lo soliciten. Si la primera medida fue un pulso a los nacionalistas, la segunda los dejó sin argumentos. Unos días antes, el periodista y contertulio catalanista de Onda Cero Enric Julià había utilizado la imposibilidad de estudiar catalán en Madrid, para justificar la injustificable exclusión del castellano como lengua vehicular en Cataluña.
Sólo un año antes, semejantes medidas y promesas eran impensables. El fenómeno conocido como efecto Ciudadanos está cambiando la política nacional.
No, no es malo que el Partido Popular asuma las tesis de Ciudadanos, ni es malo que eso les lleve a recuperar votos, ni malo sería que el partido socialista de Cataluña las asumiese a su vez y, como el Partido Popular, también nos restase votos. Eso querría decir que Ciudadanos habría cumplido su misión primera: que los partidos nacionales se comprometan con la defensa de los intereses de todos los españoles.
Nunca un partido tan pequeño y en tan poco tiempo consiguió cambiar tantas cosas a tanta velocidad. Ciudadanos no debe temer que los dos grandes partidos nacionales les arrebaten las ideas; esa sería su mayor victoria. Al fin y al cabo, siempre sostuvimos que apoyaríamos cualquier idea que fuere justa y buena, viniera de donde viniera. En este caso no sólo son justas: son las nuestras.
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