domingo, 6 de abril de 2008

Nuevas e importantes aportaciones al modelo Barcelona

Querido J:
En la serie de plagas bíblicas que azotan desde hace tiempo a este territorio tan religioso, y después de los derrumbes y los apagones, le ha tocado el turno a la sed. Barcelona atraviesa por un período de sequía, característico de la zona mediterránea. Naturalmente lo primero que ha hecho la política es calificar la situación de excepcional. Calificada la situación de excepcional, se rebaja de inmediato el nivel de exigencia en el acierto. Hasta tal punto ha llegado el blindaje de la excepción que el responsable gubernamental del Medio Ambiente se ha ido a la montaña de Montserrat a invocar la ayuda de la Virgen. Es fama y ya historia en el rap de los políticos (junto al “por-qué-no-te-callas”, de Juan Carlos, Rey; “el-lárgate-pobre-gilipollas”, de Nicolas Sarkozy y el “hola-hola-felicidades”, de Bush) la plegaria agnóstica del consejero Baltasar a la Virgen negra: “Ja-saps-que-sóc-agnòstic-però-si-pots-fer-quelcom-fes-ho”. Estaríamos, pues, ante una sequía no ya excepcional, sino declaradamente sobrenatural.
Pero, por supuesto, no sucede nada de eso. Es cierto que el actual período de sequía barcelonés es importante; pero el de mitad de los años setenta, e incluso el de los comienzos de este siglo, fueron peores. La propia Agencia Catalana del Agua lo recoge en un documento sobre la pluviometría acumulada en la ciudad de Barcelona desde el año 1941: “[los datos actuales] son sintomáticos de la gravedad de la situación (…) pero en el caso de Barcelona la situación no se puede llegar a calificar de extraordinaria”.
Así es: otros asuntos son los extraordinarios. Algunos de ellos me los sugirieron las informaciones del geógrafo Jorge Olcina, que además de ser sabio está en Alicante y ve perfectamente todo lo que sucede en Barcelona. Te los sintetizo.
1. En veinte años ha crecido la demanda de agua en las diversas coronas de la periferia barcelonesa. La vivienda unifamiliar y nuevos estilos de vida han propiciado el aumento y han puesto al límite la capacidad del abastecimiento.
2. Mientras que la agricultura barcelonesa consume el 73 por ciento del agua, sólo supone el 2% del PIB. Datos que son perfectamente extrapolables al resto de España.
3. Barcelona es la ciudad más disciplinada de España en el consumo: 115 litros por día y agua. La media española está en los 166.
4. El funcionamiento de la desaladora del Llobregat, cuya inauguración está prevista en unos meses, permitiría obtener 60 hectómetros cúbicos al año. Dado que el consumo mensual de Barcelona es de 24 hectómetros cúbicos, la desaladora supondrá una ayuda definitiva para situaciones de crisis.
4. El trasvase del Ebro, según el último Plan Hidrológico Nacional, habría supuesto 180 hectómetros cúbicos de agua para Barcelona, y por tanto la resolución definitiva de sus problemas de abastecimiento.
5. No hay ninguna ciudad europea de las características de Barcelona que modernamente haya sufrido restricciones.
Verás que todos estos datos permiten numerosas meditaciones de interés. El primero afecta a la realidad infraestructural catalana. La larga etapa pujolista no supo resolver un problema vital para el desarrollo, que se anunciaba, al menos, desde las extremadas sequías de mitad de los setenta, cuando hasta Josep Pla, horrorizado por la coyuntura y de viaje en las tierras del Ebro, incurrió en el tópico: “Esta carretera me produce mucha tristeza. las aguas del Ebro que se pierden en el mar –locura inmensa–”. Las aguas no se pierden en el mar, que es el morir, naturalmente. Esas aguas nutren la existencia del Delta del Ebro. El delta iba a ser el gran afectado por el trasvase y no resulta extraño que buena parte de sus habitantes se movilizaran. El trasvase y el delta fueron un asunto importante en el crepúsculo pujolista, y seguramente influyeron en su derrota. Pujol, con su apoyo a los proyectos hidráulicos del gobierno Aznar, se había decidido finalmente a encarar el problema. Pero ya era tarde. (Un momento: aquí cabe una de esas meditaciones que te hunden en la melancolía, pero que estoy obligado a hacer: fíjate por qué extraño y diabólico mecanismo el trasvase del Ebro, que iba a resolver la sed de Barcelona, fue siempre visto como un ataque frontal, uno más, del Partido Popular a Cataluña)
Vuelvo al cauce. Pujol reaccionó tarde y ya será siempre tarde para los grandes trasvases españoles. Entre la caída del gobierno Aznar y la sequía presente se ha producido la rápida expansión de las desaladoras. Han mejorado su eficacia (de cada litro de agua de mar ya se obtiene 0,75 de agua potable) y ha bajado su precio (de 0,90 euros el metro cúbico se ha pasado a un cifra que oscila entre 0,50 y 0,70). Las desaladoras son, por ahora, la mejor solución a los problemas del abastecimiento, especialmente en lugares de costa. Sin ellas hace tiempo que Murcia, Alicante y Almería sufrirían agobios y restricciones. El problema es que la desalación consume energía y España es un país claramente deficitario en su producción. Desde la moratoria nuclear decidida por Felipe González (que ha cambiado ahora, radicalmente, su punto de vista y se muestra favorable a la energía nuclear) las opciones energéticas españolas no están claras y el abastecimiento de agua requiere un plan (por ahora, inexistente) de centrales nucleares o térmicas. La desaladora del Llobregat era una pieza clave en las construcciones alternativas al derogado trasvase del Ebro. Que haya llegado antes la sequía es uno más de los fracasos políticos del gobierno tripartito en cualquiera de sus dos modalidades.
No voy a olvidarme de las cifras sobre la agricultura. Sintetizan uno de los problemas políticos más agudos de la modernidad. La agricultura, en Cataluña y en el resto de España, en términos generales, no es rentable. Vive de la subvención y de la ayuda pública. Y además consume una cantidad de agua que se acerca a lo intolerable. Estas cifras, conocidas, conviven, sin embargo, con la simpatía cultural por todo lo que la agricultura supone en términos de sosiego y orden “natural”, y sus valores son cíclicamente explotados, en especial por la izquierda. El conflicto entre el trasvase y el delta del Ebro es una manifestación nítida de la pugna entre las exigencias del trabajo y del ocio que, igualmente puede asociarse a la agricultura: el valor paisajístico de los campos agrícolas parece superior a su valor alimentario: las naranjas pueden comprarse en Marruecos: no pasa lo mismo con un paisaje de naranjos. Sin embargo, en los discurso políticos habituales no se percibe esa responsabilidad de la agricultura en el consumo de agua y, en general, en lo que supone su mantenimiento. Por contra el enfoque de la penalización se dirige contra el habitante de las ciudades al que se exige, algo ridículamente (en términos cuantitativos), que acorte sus duchas y sus vaciados de cisternas. Ahora mismo, mientras te escribo, veo por la ventana que en Castelldefels han multado a una mujer que limpiaba sus alfombras a manguerazos. Putrefacta demagogia para hacer ver que el poder hace. No es la ciudad, ¡sino su jardín!, la responsable del derroche.
Todos estos asuntos tan interesantes nos han llevado a la situación descrita, cuyo spleen describe estupendamente la rogativa del consejero ante la virgen negra. El consejero: no me lo quito de la cabeza. En su juventud cantaba a Dylan (A Hard Rain’s A-Gonna Fall) y ahora reza. En fin: tampoco hay tanta diferencia. Si Barcelona acaba sufriendo restricciones será un caso único entre sus iguales europeos. Y una degradación inconcebible de la marca de la ciudad, que ya empieza a vislumbrarse estos días con los estanques desventrados de sus jardines públicos. Hasta temo que hayan secado la lámina de agua del pabellón Mies van der Rohe. Nunca pensamos que por aquí pasara el llamado modelo Barcelona.
Pero lloverá. En nuestro mundo de látex el miedo tiene siempre un punto de deliciosa fabricación, y los cuentos un inexorable final feliz.
Sigue con salud.
A.

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