Este último episodio no es más que otro ejemplo de la lógica por la que se ha desarrollado nuestro estado autonómico. España, que al aprobarse la Constitución era un país centralizado, debía abordar una descentralización con el fin de prestar mejores servicios a sus ciudadanos, acercando la toma de decisión en asuntos regionales y locales a futuras gobiernos autonómicos. Pero la gestión de ese desarrollo autonómico no se ha hecho con una hoja de ruta, con un pacto de estado para ello, delimitando claramente qué competencias se pueden ceder a las CCAA y cuales deben ser blindadas para el Estado, reformando o suprimiendo estructuras administrativas conforme se va consolidando la descentralización-un ejemplo es la supervivencia de las diputaciones junto a las CCAA- sino que se ha producido en realidad por un cambio de cromos por poder entre gobiernos del PSOE o PP y los nacionalistas , olvidando el interés general. Esta manera de actuar nos ha llevado a un país cada vez más inviable en términos políticos y económicos.
Y a este comportamiento irresponsable de los partidos mayoritarios, que prefieren pactar con los que quieren levantarnos fronteras que con el principal partido de la oposición, y al afán de poder de los nacionalistas, debemos sumarle una partitocracia construida por todos ellos, convertida en parásito de nuestra democracia, que les ha permitido blindarse de la crítica y el control, evitar la entrada con fuerza de nuevas formaciones con una injusta ley electoral, controlar de facto entre cuatro, literalmente, el poder ejecutivo, legislativo, judicial, la justicia constitucional y en buena medida a la opinión pública a través de medios de comunicación públicos y de las subvenciones y ayudas a muchos privados.
Algunos venimos defendiendo desde hace 5 años la necesidad de abordar reformas democráticas en el sistema electoral y de partidos, en la separación de poderes, en la sobredimensión de las estructuras políticas y en la lucha contra la corrupción que degrada la vida pública más si cabe. Pero el inmovilismo de los arquitectos del sistema, PSOE y PP, está empezando a desesperar e indignar a muchos españoles. Las reformas son necesarias y urgentes, y cada vez más ciudadanos estamos de acuerdo en ello.
Con las reglas de juego que tenemos, estas profundas reformas, de momento, dependen en buena medida de la voluntad de 2 cargos: el secretario general del PSOE, y el presidente del PP. Dos líderes con grandeza moral y valentía podrían abordar buena parte de ellas. Pero mientras tengamos lo que tenemos, este país seguirá siendo un Frankenstein . Está por ver, si al igual que en la novela de Mary Shelley, a este paso, el monstruo cobrará vida propia o no, y si se rebelará frente a la actual bajeza moral, política e intelectual de sus creadores.
Albert Rivera, presidente de Ciudadanos (C's).
OPINION publicada por El Mundo el 26/06/2011
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